¿No te has puesto a pesar en porqué razón tus compañeros, los más brillantes de tu escuela no llegan a ser unos profesionistas exitosos y que algunos de tus compañeros de rendimiento medio o menor de tu escuela son personas que tienen éxito tanto en su vida familiar como en la profesional?
Hay un estudio que se hizo en la Universidad de Yale que consistió en preguntar a los estudiantes por graduarse, si tenían claro cuáles eran sus objetivos al salir de la universidad. Sólo el 3% de ellos dijo que sí. 20 años después los entrevistaron, y constataron que ese 3% que había contestado que sí, era exitoso en su vida adulta y no pertenecían a los más altos promedios de la universidad. Eran estudiantes con promedios estándares o promedios bajos.
Esto se debe a que estos muchachos ya habían visualizado con lujo de detalles lo que querían hacer de su vida. Ya lo tenían tan sabido y vivido mentalmente que lo lograron. Ya lo tenían en su mente perfectamente claro.
Por otro lado, ¿por qué algunas personas se pueden relacionar fácilmente y otras no lo logran? Estas últimas están tan ensimismadas consigo mismas que no logran VER al otro. Solo se escuchan a sí mismas. Son muy rígidas, solo existe el blanco y el negro. Son tan analíticas que no hay cabida para una relación. De todo hacen un juicio. Todo se tiene que hacer como ellas dicen y de la manera que ellas piensan. Son inflexibles. Ellas siempre tienen la razón.
¿Por qué hay personas que son felices a pesar de las adversidades? Simplemente porque son expertas en reencuadrar las situaciones por las que pasan. Son personas capaces de decir que su marido tuvo una muerte feliz, aún acabando de suceder, que murió rodeado de todos sus seres queridos, tal y como él anhelaba, a pesar de que ella se queda viuda después de 30 años de un feliz matrimonio. Agradece a la vida en lugar de enfocarse en el sufrimiento de la pérdida. Todo hecho en esta vida, por terrible que parezca, siempre tiene una parte positiva y una enseñanza. El reencuadrar consiste en ver esta parte y no quedarse en la parte negativa de la situación.
¿Estas personas, cómo logran hacer lo anterior? Simplemente saben mantener sus dos hemisferios cerebrales en equilibrio. Aquí hablaremos de la inteligencia emocional.
La inteligencia emocional es el ser capaz de reconocer mis sentimientos y los de los demás para poder manejar las emociones.
Hemos tenido la idea de que el más inteligente es el que más conocimientos sabe y el que tiene mejor memoria para acordarse de ellos. Con esta idea errónea hemos crecido. No siempre el más “inteligente” es el más feliz.
Hay dos clases de inteligencia: la congnoscitiva que reside en el hemisferio izquierdo, y la emocional que reside en el hemisferio derecho.
El hemisferio derecho donde reside la inteligencia emocional es el más antiguo, el que desarrollaron al principio los primeros hombres. Ellos aprendieron a través de emociones y sentimientos, de sus experiencias y vivencias. Aprendieron que si se acercaban al fuego se quemaban. Si comían ciertos frutos se enfermaban. Si se metían al agua profunda se ahogaban. Si no se cubrían durante la época de nieve, podían morir, etc. Con las emociones en marcha, su aprendizaje se hacía más rápido.
El Dr. Armando Lozano explica claramente en uno de sus libros, que el hemisferio derecho donde reside la inteligencia emocional, es la parte sabia de nuestra personalidad donde se encuentran las emociones de nuestras vivencias y es como un gigante ciego, inmenso y poderoso pero sin dirección. Y el hemisferio izquierdo es el que da nombre, rumbo y dirección a nuestras emociones, es el enano con una vista privilegiada que se sube a los hombros del gigante y lo dirige.
Nuestra felicidad se basa en saber equilibrar nuestros dos hemisferios. El izquierdo donde reside nuestra inteligencia cognoscitiva, donde se encuentra la información, el análisis, la memoria, la teoría, la lógica, el conocimiento; y el hemisferio derecho donde se encuentra nuestra inteligencia emocional, el abstracto, el de los sueños, el de los sentimientos, el holístico, el creativo y donde surgen los valores vividos. Ejemplo de esto puede ser la Prima Donna que para ser una bailarina exitosa, pone en marcha la parte izquierda de su cerebro, donde se encuentra la coordinación de sus movimientos, la enseñanza de la pieza que está interpretando, su memoria, etc. Y su hemisferio derecho donde se encuentra la sensación de la música, el dejarse llevar al ritmo de ella, el crear su propia experiencia y disfrutar plenamente de ella. Es el gigante ciego y poderoso guiado por el enano en sus hombros que lo dirige y lo guía hacia su objetivo.
Tenemos que darnos cuenta que todos contamos con dos hemisferios y que hay que aprender a equilibrarlos.
Para lograr lo anterior, hay que aprender primeramente a reconocer nuestros sentimientos. Saber qué nos pasa y reconocerlos como lo que son: enojo, tranquilidad, miedo, seguridad, etc. Para lograr esto, hay que empezar a respirar profundamente. Si yo tengo un sentimiento negativo, tengo que saber qué me pasa y cambiarlo por el que necesito, por su contrario. Un ejemplo de esto sería que cuando yo me enojo, al darme cuenta respiro profundamente, me pregunto para qué me sirve el enojo y al ver que no me sirve para nada bueno, trato de cambiar mi emoción por tranquilidad, pensando en algo diferente que me lleve justo a esta emoción que necesito. Si tengo miedo, me pregunto para qué me sirve esta emoción llegando a la conclusión que solo me paraliza, entonces respiro y pienso en algún momento donde fui valiente y salí adelante. El siguiente ejercicio te puede ayudar:
1. Piensa e identifica el sentimiento negativo que tienes en este momento. Dale nombre, puede ser enojo, coraje, intranquilidad, rencor, impaciencia, inflexibilidad, miedo, inseguridad, intolerancia, etc.
2. Fíjate en qué parte de tu cuerpo se manifiesta con más fuerza.
3. Ahora piensa en el sentimiento contrario al que detectaste, piensa si es tranquilidad, perdón, paciencia, flexibilidad, valor, seguridad, tolerancia, etc.
4. Con tus ojos cerrados, piensa en algún momento en tu vida donde viviste este recurso. Revívelo intensamente. Observa dónde te encuentras, qué está sucediendo en ese momento, qué escuchas y respirando profundamente siente esta emoción positiva.
5. Ubícala en tu cuerpo y toca esa parte. Vuelve a respirar profundamente. Gózala por unos segundos.
6. Ahora piensa en la situación negativa pero ya con tu nuevo sentimiento y nota cómo baja la intensidad del primero. Hay ocasiones en que ya no aparece esta sensación negativa.
Esta es la manera de manejar mi inteligencia emocional, dejando que el gigante poderoso e inmenso que no puede ver sea guiado por el enano que posee una vista privilegiada, que conoce el camino y que siempre me llevará a puerto seguro, a cumplir con mis objetivos y mis metas.
Aprendamos a ser flexibles manejando nuestras dos inteligencias. Vivamos la vida plenamente, sabiendo lo que podemos hacer y ya dejemos de sufrirla.
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